¿Qué apicultura, para qué mundo?

Cuidar las abejas como la esperanza de vida. Por Viqui Veronesi.

Pospandemia04/01/2023 Viqui Veronesi

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Auscultando el pulso de mi andar, encuentro que la apicultura estuvo latiendo constantemente en mi vida. La miel de cosecha familiar estuvo presente como alimento siempre. Durante mucho tiempo compartí la miel de esos colmenares con personas cercanas, queridas. Mis primeras incursiones en apiarios familiares tuvieron que ver con mi deseo de registrar en fotografías lo que sucedía en ese proceso complejo, para poder degustar la miel pura a modo de alimento y los propóleos como medicina. Fui acercándome a lo minúsculo e inmenso de ese mundillo, entendiendo los relatos de personas mayores, comprendiendo modos y sensibilizándome al zumbido, revelándose de esa manera un universo que me convocaba a involucrarme en la tarea de otras maneras. 

Desde hace algunos años colaboro en tiempos de cosecha y en épocas de cuidados en los colmenares que fue reubicando mi padre, quien se inició en una apicultura tradicional que llegó a realizar a gran escala en el litoral entrerriano, para luego ir reduciendo la cantidad debido a numerosas dificultades, entre ellas la de sostener esa tarea en campos regados por venenos y signados por el monocultivo agroindustrial y sus degenerativas y mortíferas consecuencias para estos insectos. 

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Poco a poco fue apareciendo la posibilidad de acompasar el cuidado de los apiarios con un enfoque biodinámico, manteniendo en el presente un número más reducido de colmenas, más acorde a una guía que se orienta a la producción agroecológica de miel, priorizando la localización en reservas naturales de la zona, y en algunos campos que empiezan a recorrer experiencias de conversión a una agricultura regenerativa. 

Es entonces cuando me sumo a este oficio de un modo más decidido, sin desmedro de mi actividad laboral como educadora. Encuentro puentes y guiños entre ambas actividades, y por ello pongo a rondar la palabra de las experiencias compartidas, a  modo de convidar la pregunta, las ideas, las fortalezas y debilidades que se contornean en este tiempo de colapso civilizatorio.

Creo en la posibilidad urgente de aprender modos de trabajo en los apiarios, que sean armoniosos con las colmenas en tanto seres vitales; modos justos y honestos también entre las personas que eligen producir ese alimento y quienes eligen consumirlo, en senderos de intercambio o comercialización que hagan posible el encuentro entre personas en torno a una alimentación sana.  

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Esa templanza respetuosa, alegre, de aportar al mundo el cuidado de seres imprescindibles para la polinización que garantice la existencia planetaria, convierte la tarea de quienes hacen  apicultura en una trinchera de resistencia, en un almácigo regado de esperanzas. En sintonía con esto, deberían fortalecerse los entramados entre personas que realicen una apicultura natural, para de ese modo consensuar reclamos que exijan políticas públicas que resguarden de manera urgente la actividad apícola en cada comunidad. Del mismo modo, sería oportuno acompasar con información y apoyo las experiencias de apicultoras y apicultores recientes, y de quienes ya con años de experiencia se decidan a sanear modos muchas veces viciados de tóxicos, que imposibilitan comprender la magnitud de la apicultura como aspecto de una integralidad amplia que debemos defender y cuidar. 

Al intentar un escrito que devele lo que me conmueve de la apicultura, al hurgar un poquito en la decisión de ir aprendiendo estos últimos años el oficio de apicultora, me encuentro ante la necesidad de intentar comprender la importancia de una actividad que implica una percepción del mundo como complejidad de interrelaciones. En esas interrelaciones se nos va la vida. Porque en un tiempo mundano en el que prevalecen modos vinculares dañinos, necesitamos recrear la posibilidad de mutualidades que conspiren para la sobrevivencia de la vida. 

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Necesitamos que se multipliquen voces y experiencias que conciban a las personas como una manifestación más de la vida sobre esta tierra, desubicarlas de ese lugar de supremacía que obnubila y confunde, contamina y destruye lo diverso. 

 ¿Será que es tiempo de aprender de los bailes y señales de las abejas, ubicando los vergeles ecosistémicos, y también zumbando bajito ante la muerte que va devorando enjambres enteros? Esa muerte, no la que es parte del ciclo eterno de permanencias y transmutaciones, es la que se apodera de los rebrotes de esperanza bajo el lema de la codicia del progreso, saqueando la tierra, el agua, el aire. 

 En ese panorama las abejas reciben esta primavera 2020 en este sur global, en un tiempo pandémico que bombardea incertidumbres y se esfuerza por disuadir los diálogos indispensables para proyectar con organización, ese mundo que debemos construir. Y es en este panorama en el que el desafío de emprender el oficio de la apicultura, como un modo de contribuir a la recreación de ecosistemas, se vuelve tarea esencial. Se vuelve pujo por recuperar prácticas de oficio honestas, que contribuyan a fortalecer a las colmenas en tanto organismos vivos, entender sus épocas, sus traqueteos, sus necesidades y sus señales agonizantes; tomar de ellas alimento y medicina, en un trueque que nos comprometa a resguardar del mundo su alimento y su medicina, para amadrinar su multiplicación y lo que ello implica en regenerar vida, polinizando el cambio que necesitamos.

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Creo en la posibilidad de una apicultura natural, que se nutra de experiencias sensibles y justas, y la de la interrelación de ellas en modalidades de aprendizaje y socialización de saberes. En ese sentido deseo que puedan multiplicarse acompañamientos solidarios de quienes tienen el deber de dignificar la apicultura con urgencia. 

Es preciso sostener la esperanza. La apicultura como trinchera, con la misma convicción y los mismos brazos que impulsan la lucha por la defensa de los bienes comunes de la naturaleza. Es preciso y es urgente que además de practicar una apicultura que recree vida, amplifiquemos las denuncias colectivas a la situación actual de quemas intencionales de montes nativos, bosques y territorios de humedales, con el desastre que eso significa para la naturaleza toda, además de la destrucción de flora y fauna que eso acarrea, y con las implicancias trágicas que significan para la apicultura también. 

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