Pedagogía para los Cuerpos Territorios: Un Aprendizaje Decolonial

Un artículo de Yanina Gambetti.

Pospandemia30/09/2024 Yanina Gambetti
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Actualmente, el desafío que representa la crisis climática y civilizatoria para los educadores es enorme. La situación de las comunidades afectadas por los extractivismos se agudiza a la vez que la criminalización de la protesta y la quita de derechos aumenta.  Aun así, la resistencia persiste y la puja entre los dos mundos antagónicos -el de vida y el de destrucción- continúa batallando. En este marco la educación tiene una responsabilidad doble: explicarse, discutir y abordar los fenómenos y problemáticas socioambientales y al mismo tiempo promover una conciencia nueva, una formación ciudadana que identifique cuerpos con territorios con el fin de retomar el paradigma del Buen Vivir y desde allí construir las alternativas o soluciones a esos problemas tan urgentes: hambre, contaminación, despojo y falta de autonomía.

Así las cosas, las llamadas “pedagogías para los cuerpos-territorios” nos ofrecen una herramienta rica y nutritiva. Con raíces en el planteo ecofeminista y el pensamiento indigenista las mismas se basan en la certeza de que ambiente y sociedad (humanidad) no pueden disociarse. Desde ese lugar buscamos comprender las problemáticas de esta era,  desde una perspectiva diferente y con mirada crítica a la matriz de pensamiento occidental lineal: la que plantea que el Desarrollo Económico es el centro de interés y así se idean por igual todos los modelos productivos y de consumo del mundo. Por allí ya no puede ir la cosa.

En esta era, como decíamos, llamada por algunos académicos “capitaloceno” hemos desarrollado sociedades sobre la base de los extractivismos -actividades productivas de gran escala con enormes impactos socioambientales que conllevan a conflictos territoriales y se basan en la extracción de materias primas para la exportación-. En poco tiempo y de forma acelerada hemos destruido muchísimos territorios y profundizado la crisis humanitaria. ¿Por qué? Porque no solo hemos afectado a la naturaleza y sus bienes comunes (agua, aire, suelo, biodiversidad) sino por consecuencia a los cuerpos, es decir a la salud comunitaria. La idea de CUERPO-TERRITORIO es esencialmente esa: que no hay cuerpos separados del territorio que habitan, donde nacen, crecen y se desarrollan, aman, sueñan y trabajan. Así como somos seres sociales, también somos seres naturales. Es por eso que todo lo que pase en nuestra tierra repercutirá más temprano que tarde, en nosotros mismos.

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Sin embargo y a pesar de las hegemonías, una gran cantidad de ciudadanos y comunidades han decidido caminar diferente para intentar revertir el daño generado por el modelo reinante. Muchos desean construir un futuro mejor y muchos lo están haciendo ya, desarrollando alternativas no solo materiales sino también culturales y vinculares. Aquí es donde la educación entra a jugar un rol fundamental pudiendo incidir positivamente en el nacimiento y desarrollo de una masa crítica de sentido común socioambiental que marque la diferencia en la realidad de las generaciones futuras.

Esta nueva educación se replantea, alrededor del concepto de economía, las ideas de producción, desarrollo, buen vivir, solidaridad y cooperativismo, bien común, naturaleza y sociedad. Porque necesitamos otra economía, no simplemente un nuevo apellido para la actual. Otra economía pensada y sustentada en la vigencia plena de los Derechos de la Naturaleza y de los inseparables Derechos Humanos. Una economía pensada y proyectada desde y para Nuestra América. Una economía para otra civilización que empiece por entender que no vivimos un simple cambio climático, sino que estamos frente a un colapso sin precedentes en la historia de la humanidad. Una economía para una sociedad que empiece a reconocer los límites ecológicos que tiene el ambiente que nos alberga, aceptando que los seres humanos formamos parte de la Naturaleza. Una sociedad que logre comprender que el sistema de reproducción salvaje del capital es la base de crecientes inequidades socioeconómicas y culturales. En este punto, por ejemplo, y para recuperar una de las tantas lecciones de la pandemia del coronavirus, la salud no puede ser ni un privilegio ni una mercancía: la salud -integralmente replanteada- es un derecho. 

Una educación para los cuerpos-territorios implica el reconocimiento de la importancia del poder local y la autonomía de los pueblos. Esto implica pensar en una emancipación concertada desde la comunidad, el real espacio para que emerjan los verdaderos contrapoderes de acción democrática política, económica, social, medioambiental y culturaEsto implica pensar en una emancipación concertada desde la comunidad, el real espacio para que emerjan los verdaderos contrapoderes de acción democrática política, económica, social, medioambiental y cultural. Desde ellos se podrán forjar embriones de una nueva institucionalidad estatal, de una renovada lógica de mercado y de una nueva convivencia social. Esos contrapoderes serían pilares para materializar una estrategia colectiva que construya un proyecto de vida en común, participativo y solidario (Acosta, 2022).

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Nuestra tarea como docentes, pedagogos, educadores y maestros es por ejemplo educar en la búsqueda de modelos alternativos para producir y consumir alimentos, y pelear políticamente por ellos, a partir del concepto de soberanía alimentaria. Allí anida la resistencia de pensar un modo diferente de intervenir sobre la alimentación, de establecer las políticas públicas necesarias para que cada pueblo, municipio, región, país, pueda garantizar la producción de alimentos necesarios para su subsistencia. Porque el hambre, la salud y la vida son cosa de la política, más allá de los partidismos, de la política en su sentido más amplio.

Las sabidurías ecológicas son las brújulas que orientan la transición a una educación ecosocial. A lo largo de la historia y en la actualidad nos encontramos con saberes propios de pueblos originarios, con religiones, filosofías y culturas que tienen como común denominador la propuesta de un ser bien y un buen vivir en armonía con la naturaleza, con nosotros mismos y los demás. Si nuestras sociedades son en su mayoría hoy anti ecológicas es justamente porque se han alejado y han querido sepultar aquellas sabidurías que nos reconocen como parte del territorio que habitamos. Necesitamos una transición del “tener al ser” -según la terminología de Erich Fromm- y la educación, insistimos, tiene un papel esencial en esta transformación.

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Para la transición a una nueva educación ecosocial que vincule ecología y problemas sociales con los contenidos curriculares es fundamental pensar nuestro horizonte ¿Que queremos lograr? Algunas ideas, para ver por donde arrancar podrían ser: 

1. Conocer los bienes comunes (dejar de llamarlos recursos naturales) e identificar por qué deberían ser considerados y tratados como bienes preciados o tesoros intergeneracionales, 

2. Identificar problemas socio-ambientales en torno a esos bienes comunes, sus causas y consecuencias, 

3. Investigar el detalle de los impactos en nuestros cuerpos-territorios y la vinculación que hay entre contaminación ambiental y salud comunitaria. 

4. Reconocer las huellas ecológicas de los modos de producción económica y de consumo a lo largo de la historia y en la actualidad. Identificar los extractivismos y sus actores principales, beneficiarios y distribución geográfica.

5. Observar la actuación antiecológica de las empresas y la complicidad de poderes locales, regionales, nacionales e internacionales. 

6. Analizar los conflictos socioambientales y las luchas de los movimientos y asambleas vecinales u organizaciones socioambientales, especialmente en América Latina.

7. Investigar e identificar las salidas, propuestas y alternativas que resuelven el problema socioambiental del modelo extractivista y las transiciones necesarias en el camino hacia un Buen Vivir en diferentes ámbitos socioeconómicos (reciclado, reducción del consumismo, economía social y solidaria, energía renovable, soberanía alimentaria, agroecología, protección del agua, movimiento de ciudades y pueblos ecológicos, permacultura, energías limpias, etc.)

 8. Identificar o proponer acciones que aporten a un cambio cultural y al cambio de patrones de comportamiento en torno a nuestra forma de vivir (consumo, producción, gestión de residuos). 

9. Repensar la democracia y las formas asamblearias o comunitarias de construir soberanía y autonomía.

En definitiva, los y las educadoras nos encontramos ante una gran encrucijada: decidir si contribuimos a reproducir el sistema creador de la crisis ecológica o intervenimos activamente para cambiarlo.  Simplemente no somos ni podremos nunca ser neutrales.

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