La Agroecología como investigación militante y feminista.

Por Mamen Cuéllar Padilla & Eduardo Sevilla Guzmán

Pospandemia 20/08/2023 Naturaleza de Derechos Naturaleza de Derechos
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El presente artículo analiza la Agroecología como un enfoque científico de carácter activista y militante desde sus orígenes. Realizamos un repaso de aquellas autoras y autores en los que se inspiró la propuesta agroecológica, que desde diferentes ángulos epistemológicos, cuestionaron la neutralidad de la ciencia y la jerarquía de los saberes. Autoras que plantearon modos de construir, tanto en la forma como en la praxis, el diálogo de conocimientos y la ruptura de las jerarquías de poder que se daban entre individuos y modos de conocimientos. Destacamos los estudios decoloniales y los estudios feministas como orígenes clave de la Agroecología, que en sus orígenes emerge de manera clara como una propuesta de investigación acción rupturista con la ciencia normal y activista con las luchas de las subalternas relacionadas con lo rural y lo agroalimentario. 

1. Nota introductoria 

En las páginas que siguen pretendemos dar cuenta del proceso histórico de construcción de la Investigación Militante (IM), estableciendo un paralelismo con el proceso de configuración histórica de la Agroecología como enfoque científico. Este análisis lo vamos a hacer a través del repaso de aquellos autores (en su mayoría hombres) que han ido definiendo la construcción de la investigación militante y la Agroecología, a lo largo del S. XX, y cuyos textos han sido ampliamente estudiados y abordados desde el paradigma de la Agroecología. 

Para completar este análisis, incorporamos una revisión de aquellas autoras (todas ellas mujeres), que han construido de igual manera el paradigma de la investigación militante y de la Agroecología, desde perspectivas tales como los estudios feministas, la epistemología feminista, y el ecofeminismo. Nos centraremos en autoras que, desde las perspectivas feministas, ecofeministas y decoloniales, han pretendido romper con las estructuras de poder de la ciencia occidental. Para ello han tratado de incorporar, no solo las cuestiones de la subjetividad de la ciencia y el diálogo entre diferentes modos de conocimiento (muy en paralelo a como lo hicieron sus homólogos hombres), sino también la necesaria transversalidad de la mirada feminista. Esto, para no construir nuevos paradigmas que sigan excluyendo los conocimientos, las realidades y los modos de hacer y de decir de las mujeres, desde una perspectiva interseccional. La relación directa entre capitalismo, ciencia positivista y patriarcado dota a estas perspectivas feministas de un enorme interés como foco para la construcción de las bases epistemológicas tanto de la investigación militante como de la Agroecología. 

2. La construcción histórica de la investigación militante

Precursores 

Miramos los orígenes de la investigación militante (en adelante, IM) en el contexto “periférico” de Latinoamérica, como una respuesta a los modos hegemónicos occidentales de ciencia y desarrollo, implantados con fuerza a lo largo del S. XX. 

En el primer tercio de este siglo consideramos al peruano José Carlos Mariátegui, quien elaboró el marco teórico Una contrahistoria colonial marxista. En ella, define en forma pionera “unos modos de producción latinoamericanos”, donde coexistían tres economías diferentes: la generada “bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista”, con su rígido sistema estamental de estratificación social; “una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, daba la impresión de una economía retardada”, y que permitía ciertas vías de ascenso social; y otra que conservaba “algunos residuos vivos, todavía, aunque bajo el régimen anterior: la economía comunista indígena”, basada en el sistema igualitario indígena, con cierto deterioro en sus instituciones consuetudinarias, pero con ricos elementos diferenciadores aún vigentes, y que podrían contener un potencial expansivo transformador (Mariátegui 1994. Tomo I: 14). Supuso una importante ruptura con las visiones y análisis unilineales de los procesos históricos y de desarrollo que empezaban a consolidarse. 

Otro aporte clave de este autor es su reivindicación del manejo y propiedad comunitarios del ayllu incaico en Perú, contextualizado por una denuncia al proceso de apropiación europeo de Latinoamérica. Mariátegui denuncia en estos momento lo que llamó el “pecado original de la conquista: el pecado de haber nacido y haberse formado sin el indio y sin contar con el indio” (Mariátegui 1994. Tomo I: 303). 

Podemos considerar así a Mariátegui como uno de los claros fundadores de la IM: “En cada país o Estado-nación pluriétnico la imposibilidad de una política alternativa que no tome en cuenta, entre los actores centrales, a sus etnias o pueblos oprimidos, aliados e integrados con los trabajadores y demás fuerzas democráticas y socialistas […] proponiendo una lucha nacional e iberoamericana en que lo indo-nacional y lo indoamericano se inserten en una realidad mundial de la lucha de liberación y de clases […] reconociendo como actor central, en la lucha nacional y de clases, a los indios unidos con los trabajadores”. 

Otro de los precursores de la IM sería el mexicano Leopoldo Zea Aguilar, quien genera el marco teórico de Los modos emancipatorios latinoamericanos de lo occidental, buscando dotar de una naturaleza humana a los pueblos indígenas y crear una Latinoamericanidad superior a la occidental. 

“La Europa consideró que su destino, el destino de sus hombres, era hacer de su humanismo el arquetipo a alcanzar por todo ente que se le pudiese asemejar […]. Los americanos eran indígenas por lo que, a tales seres, sería necesario exigirles que justificasen su supuesta humanidad […]. Las afirmaciones en favor de la naturaleza humana de los indígenas no bastarán para convencer, no sólo a cristianos sino también a filósofos de la modernidad, de que estos indígenas son también hombres” (Zea 1969: 3 y 4). 

Esta superioridad de una cultura sobre otras tuvo su paralelismo en la superioridad de determinados modos de conocimiento (método científico) sobre otros. Desde todos los ámbitos, todo aquello que no respondía a la lógica capitalista y de acumulación, de progreso, de modernidad, no adquiría la condición de referente o de interlocutora válida. 

“la filosofía que anima al hombre occidental [es]Negación del pasado y, con el pasado, negación de la cultura heredada de la Colonia, para ser otro distinto de lo que se ha sido. A la emancipación política de las metrópolis íberas ha de seguir la emancipación mental. Esto es, el deshacerse de todo pasado, de los hábitos y costumbres que alejaron a los latinoamericanos de la verdadera humanidad, de la verdadera cultura, que les hicieron caer en la infrahumanidad” (Zea 1969: 5 y 6). 

Zea parte de la constatación del despotismo de la filosofía occidental (puede hacerse un paralelismo con la ciencia normal), que es un elemento clave en la caracterización de las formas de dependencia que sufren otros tipos de pensamientos. El proceso que dio lugar a esto Zea lo plasma en tres etapas: a. la primera etapa – entiéndase mediados del siglo XVII –, alude a la primera generación de ilustrados criollos, los cuales se revelan ante la hegemonía del colonialismo español de forma tal que operan una primera forma de toma de conciencia. Dicha generación concebía que una vez lograda la libertad política, se habría llevado a cabo su propósito; b. la segunda etapa –acaecida durante el siglo XIX –, constituyó un segundo momento de autoconciencia, si bien se ha logrado la independencia política, no se ha logrado la independencia espiritual, ideológica, no ha sido posible la emancipación mental (Zea, 1969: 7); c. la tercera etapa – comienza a inicios del siglo XX -, y en la cual el “hombre” latinoamericano procura resolver los problemas que le aquejan atendiendo, una vez más, al arquetipo occidental, sin asumir las circunstancias que le son propias y en las cuales tales problemas se hacen patentes.

El aporte que nos interesa en este autor es el rescate que hace de procesos invisibilizados, que apuntarían un patrón de desarrollo histórico alternativo. Según sus propias palabras: 

“en las disputas por el futuro de las sociedades latinoamericanas, los sujetos se enfrentaron fuertemente en el campo de la política y de las ideas. Movimientos sociales y movimientos intelectuales se confundieron en dinámicas continuas de retroalimentación. En el embate con visiones elitistas y positivistas, emergió ya en el siglo XIX una rica tradición de pensamiento social y político interesada en comprender profundamente las raíces de los problemas enfrentados” (Zea 1969). 

El tercer precursor que queremos señalar es el brasileño Darcy Ribeiro, en cuyo marco teórico de Las culturas sometidas al desarrollo desigual define lo que él conceptualiza como “pueblos postergados al atraso de la historia”, por ser colocados como mero reflejo de su contraparte desarrollada que los somete a una expoliación colonial. 

La conceptualización que Darcy Ribeiro realiza del proceso de subdesarrollo que genera el Desarrollo Desigual constituye una aportación fundamental para la Investigación Militante, ya que establece las bases para un posicionamiento político en investigación, alineado con el enfrentamiento y neutralización de la dominación colonial y postcolonial que reduce a las “economías dependientes” a la condición de complementariedad. 

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Núcleo central en la construcción de la IM 

Adentrados el siglo XX, identificamos que el pensamiento crítico se fortalece y se consolida en la región, buscando construir formas de conocer la realidad para conseguir transformarla a través de la praxis. Se rechaza así lo que se identificaba como aplicaciones mecanicistas de interpretaciones foráneas, de carácter conservador e imperialista. En este sentido, el periodo comprendido entre las décadas de 1960 y 1980 es extremadamente fértil. 

En este desarrollo, son tres los autores que podemos destacar como representantes de sendos movimientos que dieron cuerpo a las propuestas de la IM y la Investigación Participativa (en adelante, IP), que en estos momentos iniciales estaban estrechamente vinculadas: el brasileño Paulo Freire y los colombianos María Cristina Salazar y Orlando Fals Borda. El primero se refiere a “el proceso de problematización como generador del concepto de reflexividad como previo a la liberación”, en el contexto de su Teología de la Liberación; y los segundos a la “Investigación acción participativa como lucha popular”. 

Estos autores tienen un germen teórico común que procede de las metodologías cualitativas, al permitir saltar de la pluridiscipinaridad de las Ciencias Sociales a la transdisciplinaridad que genera lo cualitativo articulado con lo participativo. Con ello se llega a crear una nueva concepción epistemológica de naturaleza colectiva, transformando el papel de la subjetividad en la construcción de la realidad social. La innovación metodológica que supone el paso de la investigación cualitativa a la investigación participativa o militante, que en estos orígenes están estrechamente vinculadas, se centra en incorporar una intencionalidad política a los procesos de construcción de un conocimiento intersubjetivo que ya en los grupos de discusión, por ejemplo, se venía proponiendo. Sería lo que Freire denominó “la apertura dialéctica del dinamismo de la vida” (Freire 1994:100). 

Este dinamismo genera que, en el proceso histórico, “inventemos la posibilidad de liberarnos en la medida que nos convertimos en seres capaces de percibirnos como inconclusos, limitados, condicionados, históricos. Percibiendo, sobre todo, también, que la pura percepción de la inconclusión […] no es suficiente; es necesario juntar a ella la lucha política por la transformación del mundo” (Freire 1994: 100). 

La clave de Freire con respecto a la IM es que elaboró una nueva concepción epistemológica de naturaleza colectiva: (a) rompiendo la desigualdad entre los sujetos intervinientes; es decir, desde una dialéctica dialógica; (b) transformando el papel de la subjetividad en la construcción de la realidad social; o dicho en otros términos desde un conocimiento intersubjetivo; y (c) mostrando la apertura dialéctica del dinamismo de la vida; es decir, la imposibilidad de la predeterminación del momento histórico al ser éste construido por nuestra inserción en el mundo. 

El concepto de “diálogo verdadero”, como proceso de diálogo que percibe el mundo en construcción, cuya realidad ha de ser acabada por nuestra intervención, constituye una herramienta de transformación social. Fue en su Pedagogía del oprimido, donde Freire (1972) elabora una propuesta de una educación humanista y liberadora. A través del diálogo podemos mirar nuestra existencia en sociedad como proceso: algo en construcción, como realidad inacabada y en constante transformación. Este tipo de diálogo es la fuerza que genera un pensamiento crítico problematizador respecto a la condición humana en el mundo. Implica, a su vez, una praxis social como compromiso entre la palabra dicha y nuestra acción humanizadora para transformar el mundo que nos rodea. El propio Freire lo expresa así: La “palabra asume el sentido de decir y hacer el mundo. O sea, palabra verdadera es praxis social comprometida con el proceso de humanización, en que acción y reflexión están dialécticamente constituidas […], de tal forma solidarias, en una interacción tan radical que, aunque sea parcialmente sacrificada una de ellas, inmediatamente debilita a la otra. No hay palabra verdadera que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo” (Freire 1973: 77).

Freire, en este proceso, da un paso más, planteando la necesidad de generar las condiciones para que un diálogo verdadero pueda desarrollarse. Freire insiste en el desafío de generar procesos dialógicos que comiencen por su propia coherencia metodológica. Y, por lo tanto, con la coherencia de las personas que se van a implicar en la implementación de dicha metodología con estos principios (Streck et al. 2015: 152). 

El concepto de proceso de problematización es clave para la construcción de la Investigación Militante y aparece subyacente en toda la obra de Paulo Freire. Para este autor: “la tarea del educador es la de problematizar en los educandos el contexto que los mediatiza y no el de disertar sobre el tema, dándoselo, explicándoselo y entregárselo como si se tratase de algo fijo, elaborado y terminado. Por el contrario en el acto de problematizar a los educandos; el que problematiza, es decir el educador ha de encontrarse igualmente problematizado” (Freire 1977; p 81). Así, la perspectiva adoptada en el proceso de problematización implica también a quien pretende educar o investigar.

 A través de estas reflexiones es posible adentrarse en el proceso de construcción colectiva de conocimientos: donde se da una relación entre sujetos envueltos en un proceso en el que todos ellos pueden aprender mediante la construcción de conocimientos obtenidos desde su implicación con la realidad y sus compromisos desde la práctica. Esta relación se resignifica a partir de la existencia de una multiplicidad de relaciones que dejan de ser unidireccionales “del educador/a para educando/a”, de forma que reproduzcan la jerarquía de poder del saber (Freire 1977; p 83). Por el contrario, la complejización realizada por la intervención de una multiplicación de sujetos les permite reconocer, interrelacionándose, la existencia de diferentes saberes. 

Análogamente, pero mirando hacia “los sociólogos”, nos encontramos a Cristina Salazar y Orlando Fals Borda. Este último señala que, como sociólogos, debemos vivir con “la idea de compromiso con los problemas de la sociedad para: primero entenderlos y luego resolverlos, ya que esto es una de las raíces de la investigación participativa”. Esto significa, en palabras de Fals Borda, que “uno siembra la semilla pero ella tiene su propia dinámica”. Su aportación, no a la Sociología, sino a las Ciencias Sociales de la época en general, tiene un carácter revolucionario al romper: primero, la disciplinariedad; y, después, la interdisciplinariedad, dando paso a la transdisciplinariedad; que trasforma en “sujeto” al “objeto” de estudio, introduciendo la dimensión intersubjetiva que da paso a la “reflexividad”; con lo que se incluye al sujeto observador en el propio campo de la construcción observacional (Fals Borda y Brandao 1987). Con una clara orientación transformadora y militante anticapitalista (Salazar 1973). 

Con ello se consigue dar paso a la complejidad de los procesos de investigación concretos; lo que implica llegar a construir dispositivos conversacionales crítico-dialécticos, generadores de una praxis procedente del conocimiento local, campesino e indígena. Esta perspectiva desarrolla la indagación de su realidad para transformarla, mediante procesos de liberación que muestran, además, cómo la Ciencia necesita de tal conocimiento para resolver los problemas con que se encuentra. Esta pareja, junto con su equipo, fueron los precursores de la Investigación Acción Particiativa (IAP), en la década de los 60. En estos orígenes, esta propuesta metodológica estaba estrechamente vinculada con un compromiso por parte de las personas investigadoras con las luchas populares y con la necesidad de transformación social. Así, para este equipo, la IAP era una herramienta de apoyo a las luchas de los movimientos campesinos e indígenas de Colombia en aquel momento y de transformación de la propia academia y ciencia social. De hecho, llegaron a constituir lo que denominaron Universidad Participativa. 

No obstante, la IAP como enfoque de investigación fue visto con un creciente recelo en los medios académicos. Las dificultades de trabajo en la universidad por esta oposición fueron creciendo, recibiendo represalias que hizo que ambos autores construyeran la IAP al margen de la academia, entre Europa y Latinoamérica. 

El núcleo central de la aportación de este equipo es, sin duda, la propuesta metodológica de la Investigación-Acción Participativa (IAP), que fue una operativización del proceso de problematización de Paulo Freire. En sus propias palabras: “Una de las características propias de este método, que lo diferencia de todos los demás, es la forma colectiva en que se produce el conocimiento, y la colectivización de ese conocimiento […] propone una cercanía cultural con lo propio que permite superar el léxico académico limitante; busca ganar el equilibrio con formas combinadas de análisis cualitativo y de investigación colectiva e individual y se propone combinar y acumular selectivamente el conocimiento que proviene tanto de la aplicación de la razón instrumental cartesiana como de la racionalidad cotidiana y del corazón con experiencias de las gentes comunes, para colocar ese conocimiento sentipensante al servicio de los intereses de las clases y grupos mayoritarios explotados, especialmente los del campo” (Fals Borda y Brandao 1987: 18 y 5). 

 

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Desarrollo de la Investigación Militante 

En el desarrollo de este paradigma han participado de manera decisiva una corriente importante de pensamiento contrahegemónico en Latinoamérica: el pensamiento decolonial. Han sido autores que construyeron un pensamiento crítico surgido de la lucha con los diferentes tipos de colonialismo y de imperialismo que ha sufrido Latinoamérica, conectando su reflexión intelectual con una actuación política transformadora. 

En este contexto, la investigación militante constituye una forma de acción social colectiva generada a partir del mestizaje de dos aportes. Por un lado, la multiculturalidad étnica de los pueblos indígenas y; por otro lado, el rescate de aquellos elementos de la modernidad capitalista que pueden escapar a la crisis civilizatoria generada por sus estructuras de poder (de Sousa Santos 2014). Tales elementos de hibridación han sido generados en el contexto de reflexividad que incorpora al conocimiento colectivo de las referidas parcialidades intervinientes, los contenidos históricos surgidos de las luchas emancipadoras que forjaron históricamente una producción de pensamiento social crítico latinoamericano. 

Algunos autores clave que aportaron al desarrollo de esta mirada que supone la IM son los siguientes. Podemos destacar, en primer ligar, al mexicano Pablo González Casanova, quien planteó la existencia de estructuras de poder al interno de los países llamados periféricos. Casanova plantea que en los países periféricos también se da una estructura de relaciones sociales basadas en la dominación y la explotación de grupos culturalmente distintos y heterogéneos (Cf. obras completas de González Casanova 2009). Así, decir identidad criolla o filosofía criolla no representa un todo homogéneo y equilibrado, sino una realidad muy diversa en la que existían centros y periferias. De este modo, la IM debe reconocer estas estructuras internas de poder y requiere un posicionamiento claro en torno a la ruptura de las mismas, enfrentando al poder en defensa de la lucha de los grupos sociales excluidos (el contexto concreto de Casanova fue la rebelión zapatista de Chiapas). 

El argentino Nahuel Moreno incorpora la cuestión de las clases en esta estructura de poder. Su principal aportación a la IM sería la inclusión de las relaciones de producción como una clave de la estructura social capitalista que genera diferencias de poder. Y, lo que es fundamental, plantea que debe ser especificado y complejizado en cada formación social concreta (Expósito 2015). Así, para identificar estas estructuras de poder, propone ir más allá de la contradicción estructural fundamental entre dos clases (burguesía y proletariado), sino que sería resultado de un juego más complejo y opaco compuesto por un abanico mucho más amplio de factores. Al decir burguesía se debe especificar si es industrial, financiera, comercial, agropecuaria, etc., y también si es nacional o internacional, y qué vínculos estatales o empresariales sostiene, etc. Al decir proletariado también se debe definir si es urbano, agropecuario, industrial, del sector servicios, etc.; más aún si trabaja en la economía formal o informal, si está precarizado, desocupado, etc. 

Y, a la vez, que existen otras clases y segmentos sociales que no entran en esta clasificación, y entre las que el sistema de poder y privilegios/exclusiones es diferente e importante. Entre otras: campesinados, clases medias, los diversos sectores que componen las clases, etc. Y también sus vinculaciones con el Estado y sus articulaciones parciales y específicas en una coyuntura sociopolítica y económica determinada.

Identificamos, asimismo, un grupo de autores que continuaron profundizando en las estructuras de represión y exclusión del pensamiento hegemónico con respecto a otros modos de conocimiento e identidades culturales (centrados fundamentalmente en los pueblos originarios americanos), representados por el alemán Stavenhagen (iniciador de un enfoque neomarxista que terminó con la hegemonía del desarrollismo y las teorías de la modernización, en la línea de Casanova) (Stavenhagen 1996); el mexicano Bonfill Batalla (quien planteó la noción de etnodesarrollo) (Bonfill Batalla 1987); Wallerstein y Gunder Frank, quienes profundizaron en la complejidad de los modos de producción y de los modelos económicos, que iban más allá de la explicación dada por la teoría del centro-periferia o la de los “modos precalitalistas y capitalistas” (Gunder Franck y Gills 1996, Wallertein 2004), enfoque también trabajado por Amin (1973). 

3. La Agroecología como investigación militante

La construcción del corpus teórico que ha ido nutriendo la Agroecología, como enfoque científico, ha estado estrechamente ligada y alumbrada por el desarrollo de la IM y de la IP. 

Desde el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (E. Español), espacio pionero en la construcción de este paradigma, entendemos la Agroecología como el manejo ecológico de los bienes comunes naturales (aire, agua, tierra y biodiversidad), basado en la aplicación del conocimiento local campesino e indígena, para generar mercados organizados de manera horizontal por las actrices implicadas, de naturaleza alternativa (no se ubican en la lógica del lucro sino de la reproducción de la vida), entre personas productoras y consumidoras. A través de procesos locales endógenos de articulación, entre estas actrices y otros colectivos poseedores de análoga ética de naturaleza socioeconómica, se orienta a construir sistemas agroalimentarios locales.

 Lo que nos lleva a afirmar que la Agroecología es la aplicación de la IM e IP al manejo de lo agroalimentario, dotándolas de ciertas especificidades: 

a. Requiere generar procesos de transformación y sustentabilidad entre personas productoras y consumidoras. 

b. Está estrechamente vinculada con los movimientos sociales que se enfrentan al neoliberalismo y la globalización económica capitalista (por sus graves efectos en los sistemas agroalimentarios, desde la insostenibilidad de la producción industrial al hambre y la malnutrición). 

c. Los conocimientos que necesita se generan a través de procesos de desmercantilización y democratización del conocimiento; 

d. su fin último es la construcción colectiva de procesos de transición agroecológica que permitan la emancipación y liberación sociocultural y política de la concepción del mundo de la modernidad capitalista.

Así pues, desde su origen, al igual que la IM y la IP, suponen mecanismos de construcción de conocimientos que alimentan estrategias de enfrentamiento a la modernidad capitalista, centrándose específicamente en el manejo de los “bienes comunes” y la alimentación. 

Así, el corpus metodológico que se construye en el desarrollo de la Agroecología se ha ido configurando con la aplicación de las metodologías cualitativas y participativas, aplicadas al manejo de los bienes comunes y al diseño de sistemas alimentarios radicalmente democráticos (Calle 2011). Desde los pioneros en este campo, en los años 70, articulados en torno al ISEC (en el Estado español), el enfoque de trabajo con el campesinado en el Estado español, y posteriormente con grupos indígenas en Latinoamérica, permitió ir conformando este corpus teórico y epistemológico que se denominó Agroecología, a través de la hibridación participativa de distintas formas de conocimiento, y estrechamente vinculado a un claro posicionamiento político junto a grupos sociales rurales excluidos de los procesos de modernización y capitalización agrarias. 

Así, desde el inicio, espacios pioneros en el enfoque de la Agroecología como fue el ISEC, empezaron a desarrollar una praxis intelectual y política análoga a la Investigación Militante ya que, desde sus comienzos utiliza patrones alternativos de producción de conocimientos, desafiando las perspectivas centrales de la ciencia moderna, como son: el diálogo de conocimientos para generar y/o rescatar formas de manejo ecológico de los recursos naturales y de manejo de lo agroalimentario con una base local y democrática. 

 Esta praxis epistemológica viene estrechamente relacionada con un posicionamiento claro con determinados sujetos políticos que representan esta lucha: los movimientos jornaleros y los movimientos campesinos. Este grupo empezó a indagar y a introducir, en sus diferentes construcciones, e inicialmente desde una perspectiva histórica, las luchas que estos sujetos políticos habían ido protagonizando. Luchas centradas en la oposición a los procesos de modernización impulsados por el capitalismo, asociados a la exclusión y a la marginación de otros modos de concebir y de construir lo rural y lo agroalimentario. Es decir, la Agroecología, en sintonía con la IM y la IP originales, se posiciona dentro de una perspectiva conflictivista de la realidad. 

Las perspectivas metodológicas de esta manera de entender lo agrario y lo agroalimentario fueron construidas en base a lo que la IM y la IP iban proponiendo. Se trataba pues de articular propuestas metodológicas que combinaban desde técnicas más cualitativas a técnicas participativas, siempre en el marco de diseños metodológicos de tipo dialéctico (Ibáñez 1985). Desde el origen, el trabajo de campo junto a los sujetos en lucha, y técnicas como la observación participante, fueron instrumentos construidos, abordados y profundizados. Estos vínculos supusieron implicarse en las luchas que estos movimientos desarrollaban, que eran propias de cada contexto, co-asumiendo los costes, tanto políticos como socio-económicos y vitales de esta lucha. 

En Andalucía, en aquella época (décadas de los 70 y 80), estas luchas las protagonizaban las ocupaciones de tierras por parte del Sindicato de Obreros del Campo (SOC). En este contexto, diálogos de saberes se empezaron a desarrollar en torno, por ejemplo, a la biodiversidad cultivada (“semillas autóctonas”), asociadas a la recuperación del manejo histórico de sus mayores, y directamente vinculado a procesos de desarrollo de su identidad. Las prolongadas estancias de “trabajo de campo” por parte de las personas investigadoras generaron procesos de confianza mutua de los que surgió lo que agroecológicamente llamamos más tarde como desarrollo de tecnologías participativas de intercambios de conocimientos. Estas tecnologías se tradujeron en lo que se denominó generación de manejo participativo de tecnologías en finca, como elemento clave de lo que años más tarde empezamos a llamar la Agroecología. 

La IM, en los orígenes de la Agroecología, se construyó a partir de una dinámica participativa, a través de la cual personas investigadoras/académicas asistían a las asambleas de estos movimientos sociales; colaboraban en el análisis de la situación del campo y de la política agraria de los gobiernos; intercambiaban formas de manejo de los bienes comunes naturales; y también participaban directamente en las acciones reivindicativas que se iban realizando (huelgas de hambre, encierros y cortes de vías públicas; ocupación de fincas o marchas en las que se aglutinaban la solidaridad de otros sectores sociales,...). 

Pero la Agroecología también se venía desarrollando desde Latinoamérica. La vinculación de movimientos del sur de Europa y de Latinoamérica vinculados con la IM y la Agroecología tiene un momento clave en el Primer Encuentro Intercontinental de Movimientos Campesinos e Indígenas en la ciudad de Managua, capital de Nicaragua. Fue posible gracias a la invitación de dos investigadores militantes del sur europeo a este congreso de movimientos sociales considerados revolucionarios, en un país donde había triunfado una revolución social, para presentar una ponencia. El formato de este congreso, no obstante, reproducía toda la lógica de un congreso al uso con pocos momentos de debate y ningún espacio que facilitara el diálogo de saberes. Sin embargo, en paralelo al mismo, se estaban desarrollando en los sótanos del edificio diversas reuniones donde se estaba generando la articulación de los movimientos revolucionarios (así se autodefinían). En estas reuniones, campesinado articulado de toda latinoamérica estaba estableciendo las próximas acciones de lucha conjunta. Paralelamente a estas reuniones, se estaba desarrollando un modo propio de entender un congreso: actividades centradas en el diálogo de saberes campesinos e indígenas entre diferentes entidades étnicas (desde quechuas y aymaras andinos hasta gigantes canadienses), a través de debates, intercambios de semillas y tecnologías locales, intercambios de rituales cosmovisivos, etc. A través de un actor puente entre ambos mundos (Diamantino García), los investigadores militantes fueron invitados a participar en estas reuniones. 

Este fue el germen de una articulación de movimientos sociales agrarios anticapitalistas entre continentes, en la que la participación de este grupo de personas investigadoras militantes fue importante. En efecto, desde aquel momento, el SOC y el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST), legalizado en Brasil en 1984, pero funcionando embrionariamente en Rio Grande do Sul, desde 1978, iniciaron una interacción, a lo largo de la dinámica de configuración del Movimiento Continental Campesino en Latinoamérica. Fue entonces donde ambas organizaciones descubrieron la similitud tanto de sus formas de lucha como de su evolución ideológica; iniciando una serie de interacciones (diversas visitas de las técnicas agrónomas del MST al Seminario de Cooperativas del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) que se desarrolló entre 1991 y 1993, por ejemplo), que se traducirían, años más tarde, en las experiencias agroecológicas de las Cooperativas del SOC. 

Los métodos con los que se iba desarrollando esta IM en estos contextos iban construyéndose en el camino. La “observación participante” que se realizaba, sin todavía haberla formalizado como una “acción agroecológica”, llevaba implícita esta militancia, pues requería tal dedicación, que suponía subordinar los intereses académicos a la militancia activa. Y es que solo así se adquiría la condición de “hermandad con los jornaleros” que requería la realización del trabajo dentro del compromiso ético establecido. El éxito de las “visitas de trabajo de campo” en los pueblos jornaleros motivaron de tal manera que se emprendió una docencia investigadora de posgrado que vinculaba al alumnado, a través de sus proyectos de investigación de máster y doctorales, con el movimiento jornalero y otros movimientos sociales relacionados con lo agrario y agroalimentario, en diferentes realidades (diversas zonas y territorios del Estado español, Brasil, Bolivia, Chile, México, Argentina, Venezuela, Colombia, etc.). Fue el primer programa oficial de posgrado en Agroecología que se puso en marcha en el mundo. 

 Así, se construyó un enfoque de trabajo en el que se trataba de salir de la Universidad e involucrarse en los problemas de la sociedad civil. Con ello se pretendía cumplir una voluntad de desarrollar una praxis intelectual y política transformadora de enfrentamiento al capitalismo, y desarrollando metodologías que permitiesen esta coproducción de conocimientos y esta vigilancia y ruptura permanente con las estructuras de poder que generaban exclusión, invisibilización o alienación. 

4. La perspectiva feminista como paradigma clave en la construcción de la Investigación militante y la Agroecología 

Un elemento clave que nos parece fundamental en la construcción de los corpus teóricos que estamos planteando es la perspectiva feminista. Si hay algo que es evidente, es que las construcciones de corpus teóricos y epistemológicos, entre los que incluimos la IM, la IP y la Agroecología, en el S. XX, han sido androcéntricas. 

Optamos por esta vía de colocar la revisión de estos corpus teóricos desde una perspectiva feminista, revisando: por un lado, aquellas autoras que han contribuido a este corpus teórico y epistemológico y; por otro lado, los aportes que desde estas perspectivas se han hecho a los análisis realizados por los hombres académicos, cuyas voces han sido las escuchadas y plasmadas en los textos escritos difundidos, en la mayoría de los casos. Y lo hacemos en un apartado diferente, porque queremos visibilizar de manera explícita la abundante literatura, aportes, luchas y propuestas que se han desarrollado desde perspectivas femeninas y feministas. Queremos con esto evidenciar que esta carencia de los corpus científicos y académicos, que no es exclusiva de lo que nos ocupa, sino que es general, se corresponde con una ciencia que, más allá de haber sido un corpus excluyente con otras lógicas y otros modos de conocimiento, ha sido excluyente con las mujeres. Y es curioso que podemos encontrar textos sobre el patriarcado y la situación desigual de las mujeres desde hace más de dos siglos y, sin embargo, no han tenido eco ni presencia (citamos como ejemplo el texto de Wollstonecraft, Vindicación de los Derechos de Mujer, de 1792). 

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Los aportes feministas a la construcción de la IM, la IP y la Agroecología 

Desde lo que se han denominado “Estudios feministas”, podríamos destacar diversas autoras que han planteado un análisis de las estructuras de poder que legitiman y normalizan órdenes de privilegios y subordinación. Complementando lo que los estudios decoloniales expuestos han visibilizado, los estudios feministas plantean una mirada trasversal de las estructuras de poder que se dan, no solo en lo macro, sino en lo micro. El aporte fundamental que realizan estos enfoques es la visibilización de que incluso en los estudios decoloniales, que han abordado en profundidad las jerarquías al interno mismo de los espacios colonizados, la perspectiva de género no ha estado presente y es fundamental. Tanto si analizamos los mecanismos de ejercicio de la colonización, como los mecanismos de subordinación e invisibilización, la perspectiva de género nos da lecturas muy diferentes tanto de los mismos momentos históricos como de los análisis en sí (Federici 2010). 

Los estudios de la mujer, como precursores de los estudios feministas, surgen ya en la primera mitad del s. XX. El primer curso acreditado sobre estudios de la mujer se creó en la Universidad de Cornell, ya en 1969 (Kahn 2006). 

El recorrido pues ha sido largo, y los aportes críticos a la ciencia y los procesos epistemológicos muy prolíficos. Un elemento central que se plantea desde los estudios feministas es la necesaria interseccionalidad de deter minadas cuestiones, para poder identificar las estructuras de poder que excluyen e invisibilizan. Estas cuestiones entre las que debemos construir intersección incluyen no sólo las étnicas y de clase, sino también las de género y sexualidad. Esto significa que los estudios feministas aportan al análisis de la investigación o la educación una perspectiva interseccional. O lo que es lo mismo, piensan en los efectos que los distintos procesos históricos (colonización, ciencia positivista,…) han tenido y tienen sobre personas de diferentes géneros, razas, sexos, culturas, religiones, clases sociales y estatus económico, y la forma en la que se dan estos efectos en las distintas combinaciones posibles de estas identidades. Así, los aportes de los estudios feministas profundizan el análisis de los estudios poscoloniales o la teoría social crítica, incorporando esta necesaria complejidad. 

Desde esta perspectiva, que se nutre en gran medida del resurgimiento del activismo feminista durante los años 60, se denuncian los tres sesgos fundamentales de la ciencia positivista: sesgo antropocéntrico (establece una jerarquía de sistemas en la que la naturaleza y la biosfera ocupan el lugar más bajo, es decir, la última prioridad); sesgo etnocéntrico (el sistema cultural occidental es el modelo a seguir, colocando al resto de sistemas culturales en un lugar inferior); y sesgo androcéntrico (el hombre se coloca en una posición de privilegio y superioridad con respecto a la mujer, que es relegada a un papel de subordinación e invisibilización) (Roces et al. 2015). 

En relación a la Agroecología, es importante traer aquí la corriente de pensamiento-acción denominada ecofeminismo. El término fue creado en 1974 por la ecofeminista francesa Françoise d’Eaubonne. Esta autora argumentaba, ya en la década de los 60, que la destrucción medioambiental contemporánea era el resultado de la historia de dominio (d’Eaubonne 1974), que comenzó con el reemplazo del matriarcado originario (que según la autora implicaba unas relaciones sociales de equidad entre hombres y mujeres) por el dominio absoluto de los varones sobre la fertilidad de las mujeres y de la tierra. 

Se considera como precursora de este movimiento a la bióloga marina y periodista científica Rachel Carson quien, en 1962, había denunciado las fumigaciones de DDT que mataban a los pájaros y a través de la cadena alimentaria envenenaban poco a poco a los seres humanos. En esta línea también rescatamos a la brasileña Ana Primavessi, quien aplicó principios de ecología a los manejos del suelo y a la agricultura, en pleno proceso de implantación de la Revolución Verde. 

El ecofeminismo tuvo numerosas expresiones durante la década de los 70, muy vinculado con movimientos ecologistas femeninos en distintas partes del globo. En 1973, en el norte de la India, las mujeres del Movimiento Chipko lograron proteger los bosques comunales abrazándose a los árboles en un acto de protesta pacífica que impedía su tala (Shiva 1995); en 1977, Wangari Maathai creó el Movimiento del Cinturón Verde de Kenia, un programa rural vinculado a la repoblación del entorno de diversos pueblos a través de grupos de mujeres organizadas (Wangari 2008); en 1978 en Nueva York la activista ambientalista Lois Gibbs lideró las protestas tras descubrir que la causa de numerosas enfermedades infantiles y de problemas reproductivos en mujeres de su barrio se debía a la construcción del mismo sobre un vertedero tóxico, consiguiendo que el gobierno federal llevara adelante la evacuación y realojamiento de cerca de 800 familias (Konrad 2011). 

Así, desde el ecofeminismo, y estableciendo puentes con el socialismo feminista (Reed 1975), se afirma que los procesos de desarrollismo ocidental, capitalismo y modernización están profundamente ligados al patriarcado. Numerosas autoras han analizado estas relaciones (Cf. Merchant 1980, Shiva 1988, Salleh 1994, Adams 2012). Desde otro enfoque, cabe destacar Ivone Gebara, con su obra ecofeminista desde la perspectiva de la teología de la liberación. Esta autora ha sido la base para el colectivo ecuménico ecofeminista Con-spirando (para más detalle sobre esta trayectoria véase Cavana et al. 2004). 

Propuesta epistemológica feminista 

Desde esta perspectiva, el estudio de las exclusiones y subordinaciones no está completo si no incorporamos los sistemas de género-sexo históricamente conocidos, que han colaborado en la opresión y explotación de las mujeres. La tarea de la teoría crítica feminista es no sólo desvelar este hecho, sino desarrollar una teoría y una praxis que sean emancipadoras y reflexivas, y que puedan ayudar a las mujeres en sus luchas para superar la opresión y la explotación. 

La teoría feminista construye pues, desde sus orígenes, las bases de la IM. Y plantea dos vías complementarias: por un lado, desarrollar análisis explicativos y diagnósticos de la opresión de las mujeres a través de la historia, la cultura y las sociedades, que permitan generar una reflexividad y articular una crítica emancipatoria-utópica de las normas y valores de nuestra sociedad y cultura actuales. Y por otro lado, e intrínsecamente ligado al primero, proyectar y construir nuevos modos de relacionarnos entre nosotras y nosotros y con la naturaleza en el futuro. 

Esta perspectiva cuestiona la objetividad de la ciencia y, por ende, de las ciencias sociales y filosóficas, por establecer que los estándares de autoridad y credibilidad son socialmente construidos, reafianzando el status quo político y social. Por lo tanto, una solución metodológica feminista es incluir diversas voces que reflejen todos los sectores de la sociedad en el proceso de construcción de conocimiento. Esto, tanto en procesos de ciencia convencionales como en procesos de “ciencia desde/ con la gente”, en los que se enmarcarían las propuestas de la investigación militante/investigación participativa.

Como plantea Anderson (2004), la epistemología feminista supone estar interesadas en la forma en la que el género influencia nuestro concepto del conocimiento y a las “prácticas de investigación y criterios de fundamentación de la teoría”. Esto es, por un lado la importancia de los valores éticos y políticos en la conformación de las prácticas epistémicas y en las interpretaciones de evidencia; y cómo estos están directamente influidos por el género, y otros factores socioeconómicos y culturales. Desde nuestro punto de vista, la epistemología feminista es fundamental en la construcción de la IM y la IP, de cara a poner la atención en los sesgos que se pueden desarrollar. Ya que éstos estarían reproduciendo una parte de las estructuras de poder y de subordinación/invisibilización que la ciencia positivista ha desarrollado.

 Un aporte clave en este sentido es el concepto de conocimiento situado (Anderson 2004). Todo el conocimiento (en particular el conocimiento académico) es siempre situado, esto es, está desarrollado por personas que están en/entre distintas ubicaciones socioeconómicas y culturales, y trabajando encima/a través/debajo de otras identidades y ubicaciones socioeconómicas y culturales. Esto va a condicionar la mirada, las preguntas, las interlocuciones, y las relaciones sociales que se establezcan alrededor del proceso de construcción de conocimiento, sea éste IM, IP o ciencia positivista. Identificar y visibilizar el lugar desde el que nos aproximamos a los procesos de investigación (ubicación social, alcance de sus privilegios, función social, identidad social, etc.) es clave para poder anticipar o, al menos, ser capaces de reconocer las injusticias epistémicas (Fricker 2003) que podamos cometer. 

 

Sobre los métodos de la epistemología feminista 

En todas estas propuestas, ya a mediados del S. XX, el diseño pedagógico y epistemológico de los estudios feministas iban muy en la línea de lo que estamos denominando IM e IP. La línea común de todas estas propuestas pioneras eran la alternancia entre prácticas y teoría en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Se diseñaba la currícula potenciando la participación del alumnado en actividades aprendizaje-servicio, además de discutir y reflexionar el material de los cursos. La descentralización de la figura del profesorado como fuente de conocimiento era fundamental en la cultura de las clases de estos estudios (Shrewsbury 1987). 

En muchas instituciones, los estudios de la mujer han basado su enseñanza en un modelo triádico. Esto significa que combinan equitativamente investigación, teoría y práctica. Vinculan los procesos de conocimiento al análisis, el trabajo comunitario y la investigación, con un claro compromiso con el cambio social y la acción hacia el fin de las desigualdades que se estudian. Es lo que autoras como Bubriski y Semaan (2009) han denominado “aprendizaje activista”. 

5. Anotación final, a modo de conclusión 

Hemos querido mostrar aquí el despliegue histórico de la teoría social sobre la Investigación Militante y Feminista en relación con la Agroecología, en diferentes vertientes: en su articulación con los movimientos sociales; en la implementación de nuevos paradigmas científicos; y en el desarrollo de una praxis social y política. 

Analizando estos paradigmas, así como las propuestas que desde la Agroecología (como enfoque científico) se vienen construyendo desde la década de los 70, podemos realizar varias afirmaciones a modo de conclusión. 

La Agroecología surge como un enfoque científico profundamente militante. El claro posicionamiento al lado de las luchas de actores y actrices excluidos e ignorados de los procesos de modernización e industrialización del sistema agroalimentario lo muestran. 

Desde este posicionamiento político, la Agroecología ha bebido de los autores de la IM para construir sus marcos epistemológicos y metodológicos. Así, ha ido aplicando las propuestas planteadas desde la IM, y a su vez la ha ido construyendo y dotando de herramientas. La participación, el diálogo de saberes, los procesos de co-construcción de conocimientos, o el rescate de conocimientos asociados a modos de manejo y articulación endógenos alrededor de los bienes comunes han sido elementos clave de la perspectiva agroecológica. 

Sin embargo, ni la IM ni la Agroecología son propuestas completas si no reconocen los aportes del pensamiento y epistemología feministas en su construcción. La corriente del ecofeminismo pone de relieve la estrecha relación entre modernización e industrialización del manejo de los bienes comunes, capitalismo y patriarcado. Y visibiliza las bases de la resistencia y lucha contra estos procesos en los movimientos de mujeres y movimientos feministas a lo largo de la historia. Además, aporta valiosos conceptos en la crítica del desarrollo positivista, y en concreto dos elementos clave para la construcción actual de la IM y la Agroecología: la necesidad de incorporar la noción de “conocimiento situado”; y la interseccionalidad de las relaciones de poder.

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Artìculo publicado en Agroecología, ISSN 1887-1941, ISSN-e 1989-4686, Vol. 13, Nº. 1, 2018, págs. 11-20

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