Decrecimiento Ecofeminista para sostener el Buen Convivir

La economía feminista emancipatoria ante la Cosa Escandalosa.

Contextos29/11/2023 Amaia Pérez Orozco
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Desde dónde hablo

Mi mirada se sitúa en lo que, junto a las compañeras del colectivo Re-Vuelta, denominamos la “economía feminista emancipatoria”. Esta mirada se acerca mucho a lo que otras personas podrían llamar ecofeminismo. Pone énfasis en la dimensión socioeconómica y en la dimensión heteropatriarcal de la crítica a “esa Cosa escandalosa” (nombre irónico con el que nos referimos al capitalismo heteropatriarcal colonialista ecocida…). La economía feminista emancipatoria se caracteriza por: (1) su crítica radical al sistema; (2) enfatizar la práctica y la construcción de alternativas; y (3) ser una mirada arraigada en los territorios, que habla desde y para territorios concretos en lugar de pretender ofrecer verdades universales.

Claves para pensar la transición:

Habitamos un momento de transición ecosocial entendida en una clave sumamente distinta a la forma de comprender la “transición” verde, digital y social defendida, entre otras instituciones, por la Unión Europea con su Green (y ligeramente Purple) New Deal.

1. Es una transición ecosocial: lo que está en crisis es el propio modelo civilizatorio; lo que se ha roto es el “sueño del desarrollo”

Más allá del cambio climático, lo que estamos viviendo es el colapso ecológico. Este colapso nos obliga a “decrecer”, a reducir la base material y energética con la que funcionamos. La pregunta es quién va a decrecer: ¿las zonas de acumulación del planeta vamos a seguir acumulando a costa del despojo de otros lugares del mundo?, ¿unos grupos sociales van a seguir acumulando a costa de otros? Ese intento por continuar acumulando en un contexto de obligado decrecimiento metabólico está tras la ofensiva extractivista global, pero particularmente aguda en el sur global, así como tras la creciente pobreza energética del propio norte global.

La crisis es multidimensional y sistémica. Implica una profunda crisis de reproducción social global. Con este nombre abarcamos procesos de desigual gravedad: desde las crisis alimentarias, a las crisis de cuidados, por ejemplo. Podemos decir que la precariedad en la vida se ha instalado como el nuevo “régimen de existencia” (la condición normalizada de vida) para las mayorías globales del planeta. Estamos viviendo el fin del “sueño del desarrollo”: en los países del centro cada vez más gente vive como en los países de la periferia; empezamos a ver que el “progreso”, el “desarrollo”, era una promesa falsa. Cada vez más lugares del planeta, más colectivos sociales, más personas, se quedan “fuera” de las promesas de éxito. Nos vamos dando cuenta de que en este sistema “no hay sitio” para todos (mucho menos para todas y todes). En este contexto, calan cada vez más hondo los discursos que nos prometen “un sitio en el sistema” a costa de la expulsión de quienes sobran y de mantener el orden jerárquico interno (los neofascismos).

Por otro lado, el propio sistema capitalista está quebrado. Le cuesta recuperar el negocio y, además, debe hacer lo que nunca ha hecho: crecer con una base material reducida (sin petróleo abundante y barato). En un contexto en el que no parece viable que vuelva a darse una nueva onda larga de acumulación, la Cosa escandalosa se intenta rearticular de forma cada vez más violenta.

Decir que, estamos en transición, implica que el mundo está dejando de ser como lo conocíamos. La pregunta es: ¿hacia dónde irá la transición? Si no nos hacemos responsables de intentar guiarla, seguiremos en esa senda de rearticulación violenta de esa Cosa escandalosa y de discursos del odio.

2. No caben los reajustes, es necesaria una enmienda a la totalidad del sistema: la profundidad del conflicto capital-vida hace inviable apostar por un Green (and Purple) New Deal

Decir que, estamos en transición, significa decir que no podemos aspirar a recuperar lo que había, sino que la disputa está en lo que vendrá. Nuestra apuesta ha de ser por un futuro radicalmente distinto, en ruptura directa con el sistema que hay hoy. Por dos motivos: porque este sistema es irrecuperable: es insostenible y frágil. Y porque este sistema es indeseable: es injusto y pone la vida en riesgo.

Desde la mirada ecologista, se ha dejado claro que el desarrollo sostenible es una contradicción en sí misma. Desde el feminismo, hemos argumentado que el estado del bienestar siempre se ha construido sobre la división sexual del trabajo, el expolio del sur global y la explotación del planeta. Y hemos señalado que la igualdad es inviable en este sistema, que siempre necesitará de sujetos y trabajos invisibles. Al analizar las cadenas globales de cuidados, hemos visto que el éxito de algunas mujeres en los mercados ha sido a costa de los trabajos precarios de otras mujeres. Hemos visto que los cuidados en el capitalismo hetero-patriarcal siempre han estado en “crisis”, siempre se han resuelto malamente sobre la base de la desigualdad.

Todo esto y más lo hemos recogido bajo la idea del conflicto capital-vida. Decimos que en esta Cosa escandalosa hay un conflicto estructural e irresoluble entre la acumulación de capital en unas pocas manos y el sostenimiento de la vida colectiva y del planeta. El negocio se hace a costa de mercantilizar y explotar la vida. Afirmamos que, cuando la vida es un medio para un fin distinto (la acumulación), la vida está siempre amenazada.

En el marco del conflicto capital-vida, la vida se (mal) resuelve en las dimensiones ocultas del sistema. Ahí se asume la responsabilidad de sostener la vida atacada. Ese es el papel de los cuidados invisibilizados: son aquellas tareas que se encargan de sanar la vida de los ataques provocados por la lógica de acumulación; los cuidados asumen la responsabilidad de sostener la vida, que no es una responsabilidad colectiva. En esta Cosa escandalosa, los cuidados están feminizados y racializados: hay flujos asimétricos de cuidados desde quienes están en una peor situación a quienes están situaciones de privilegio relativo: de mujeres a hombres, de clases populares a clases medias y altas, de población migrada y racializada a población autóctona y blanca, del sur global al norte global… Por eso sabemos que el reparto desigual de los cuidados nunca podrá solucionarse en el marco de este sistema. Afirmamos que, para apostar por el sostenimiento de la vida colectiva, necesitamos atacar la lógica de acumulación y conseguir que este deje de ser el eje vertebrador del sistema.

En ocasiones, las promesas del Green New Deal se “tiñen también de morado”. Se dice que invirtiendo en servicios de cuidados se va a lograr una sociedad igualitaria, creando empleo de calidad para las mujeres y acabando con la crisis de cuidados. Sin embargo, afirmamos que la crisis de cuidados es inherente al capitalismo. Ese empleo que se crea es un empleo cada vez más precario: los servicios que se generan están privatizados (son un nuevo nicho de negocio) y siempre se acompañan de trabajos de cuidados ocultos en los hogares. Denunciamos que los cuidados se reprivatizan: se meten en lo privado-doméstico (los hogares) y en lo privado-lucrativo (los mercados). Los llamamientos a un Purple New Deal son una manera de inyectar recursos a los mercados a costa de profundizar la reprivatización de la vida.

Por eso afirmamos que nuestra forma de mirar la transición ecosocial debe ser profundamente crítica con el sistema: en ruptura con él. En ocasiones, usamos la noción de decrecimiento para describir la senda que necesitamos transitar, haciendo referencia a la urgencia de ir contra la lógica de acumulación y crecimiento.

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3. No existe Un Modelo Alternativo, pero sí necesitamos un horizonte de transición que aglutine fuerzas para transitar hacia un tejido de economías-otras diversas

Enfrentamos el reto de conducir la transición ecosocial por un camino de ruptura con el sistema en crisis para intentar avanzar hacia un sistema futuro donde todas las vidas, en su diversidad, importen. Sin embargo, ni tenemos un modelo alternativo ya definido, diseñado hasta en sus menores detalles, ni tenemos un “manual de instrucciones” tipo IKEA para avanzar hacia él.

¿Es este un problema? Creemos que no: los modelos que están cerrados de antemano impiden poder ir construyendo en el camino; instalan recetas que siempre van a dejar a personas fuera; no pueden adaptarse a las circunstancias cambiantes; e imponen a nivel global una mirada particular (lo que se entiende por el ideal o la solución desde aquel lugar del mundo que ocupa una posición de hegemonía global). No queremos El Modelo, sino “mundos-otros”, futuros distintos posibles. Como se afirma desde el zapatismo, buscamos un mundo donde quepan muchos mundos.

Sin embargo, sí necesitamos un horizonte de transición, una cierta idea compartida de hacia dónde queremos ir, una “prefiguración” de ese futuro de utopía. Y necesitamos un nombre. En el norte global, ahora que ya no creemos en el desarrollo o el progreso, nos hemos quedado “sin palabras”. ¿Podríamos quizá llamar “buen convivir” a ese horizonte? Esta palabra la tomamos de América Latina (Abya Yala). Con la idea de buen convivir nos referimos a un horizonte distinto que permita vidas que merezcan ser vividas para todas las personas (que respeten un criterio ético de universalidad), reconociendo también la diversidad de formas de estar en el mundo (que se acojan a un criterio ético de singularidad).

 La apuesta es pasar de un sistema que gravita en torno a la lógica de acumulación de capital hacia otro mundo que ponga la sostenibilidad del buen convivir en el centro. Creemos que, para lograr esto, necesitamos cambios sistémicos:

- Los mercados capitalistas no solo deben dejar de ser la estructura socioeconómica priorizada, sino que han de tender a desaparecer: Necesitamos reconvertir los medios de producción de capital en medios de reproducción de la vida colectiva.

- A la par que detraemos recursos al capital, planteamos la necesidad de desprivatizar la responsabilidad de sostener la vida, sacarla de lo doméstico y lo mercantil y ponerla en lo público-común. Hay que desfeminizarla y desracializarla, acabando con la división sexual y racial internacional del trabajo.

Si detraemos recursos al capital, ¿dónde los pondremos a circular? Si sacamos de los hogares un conjunto de trabajos que, en última instancia, están resolviendo la vida, ¿dónde la resolveremos? Queremos poner a circular esos recursos en esferas socioeconómicas que impliquen la asunción de una responsabilidad colectiva en la sostenibilidad de la vida y que redistribuyan los recursos y el poder. ¿Cuáles son o podrían ser esas esferas?

Podemos imaginar el conjunto de una futura “economía-otra” diversa como redes con nodos que se conectan desde el nivel de lo más íntimo (“familias de elección”), al de lo comunitario y, desde ahí, a lo público. Estas estructuras se conectarían mediante un reparto descentralizado de la responsabilidad de sostener las condiciones de posibilidad de la vida, organizado según las escalas de la interdependencia. Podemos imaginar que en cada nivel (y en diversas instituciones dentro de cada nivel) funcionarán distintos sistemas de reconocimiento de las necesidades y de valoración y reparto de los trabajos (intercambio mercantil, lógica del don, autoconsumo, derechos de ciudadanía…). Es decir, no hablamos de modos únicos, sino de una estructura socioeconómica heterogénea. Se trataría de urdir esa tela de araña que hace funcionar la vida y cuya ausencia deriva en precariedad vital. Esta red necesariamente deberá estallar la dicotomía público/privado-doméstico, partiendo de que en la estructura que impone esta Cosa escandalosa es en la última donde se resuelve la vida mientras en la primera prima la lógica de acumulación.

4. No caben los reajustes, pero sí necesitamos medidas de transición: a qué llamamos medidas de transición y qué criterios nos pueden ayudar a diseñarlas

Entendemos que, hoy por hoy, estamos dentro del sistema que queremos cambiar: formamos parte de él, los medios que nos permiten vivir están en sus manos (somos esclavas del salario) y lo reproducimos en nuestra vida cotidiana. Estamos en una trampa que debemos comenzar a desmontar: si el sistema se salva es a nuestra costa, pero, mientras no construyamos espacios emancipados, si se hunde, nos arrastra. Por eso, para comenzar a transitar la senda del decrecimiento, necesitamos medidas de transición. Entendemos por tales las que cumplen un triple criterio:

Transforman los modos de sostener la vida, pero también la forma misma de entender la “vida que merece ser vivida”. Cambian las estructuras materiales (cómo se reparten y valoran los trabajos, cómo se reparten los recursos, etc.) y también las simbólicas (cambian las formas de hacer y sentir en lo cotidiano, no como un proceso individual, sino como una transformación en colectivo: a qué llamamos trabajo o bienestar; qué relaciones de interdependencia construimos…).

Responden a las urgencias a la par que sientan las bases del cambio sistémico. Las urgencias las leemos desde la vida. Afirmamos que no es urgente reactivar los flujos del capital, sino responder a la crisis de reproducción social. Por ejemplo, frente a la “solución” del problema de la vivienda basada en generar más empleo (entre otros, en el especulativo sector de la construcción) para que las personas tengan un salario con el que pagar una hipoteca, queremos explorar la vía alternativa de expropiar los cientos de miles de viviendas que hay vacías y establecer un parque de vivienda pública en alquiler social. El cambio sistémico lo entendemos, como decíamos antes, en clave de avance hacia otro tejido socioeconómico (entretejido por economías diversas) cuyo eje vertebrador no sea la lógica de acumulación, sino la corresponsabilidad por la vida en común.

Son capaces de manejarse con o lo mejor del sistema:

- usan las políticas públicas y los mecanismos del estado del bienestar. Buscan mejoras en el ámbito del empleo, pero siempre para desbordarlo.

- lo periférico al sistema: aquellos modos de organizar la vida que ya existen en rebeldía con el sistema, los que el sistema intenta ahogar o contener, tales como la economía social solidaria transformadora, las economías populares, la economía campesina, las redes de apoyo mutuo, los espacios de intercambio comunitario y de autogestión, las iniciativas que atacan la propiedad privada…

- lo que ni siquiera existe: necesitamos imaginar e inventar: requerimos grandes dosis de imaginación colectiva para ir más allá de lo que hoy existe (en el pequeño espacio del mundo que habitamos cada quien).

En particular, hablar de medidas de transición implica decir que vamos a usar los instrumentos del estado del bienestar para ir más allá del estado del bienestar y del trabajo asalariado. Quienes habitamos las zonas de acumulación del planeta debemos mirar con mucha atención a las periferias de la Cosa escándalosa, porque están menos capturadas por el poder corporativo y podemos aprender en clave de economías diversas, de lo comunitario, y de otros modos de relacionarse con la tierra y el territorio.

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La construcción de economías-otras desde los feminismos

Los ámbitos en los que los feminismos de las zonas de acumulación del planeta (el norte global) están realizando aportes más relevantes para construir esas economías-otras, esos “modos-otros” de sostener la vida son la soberanía alimentaria y la agroecología; y los cuidados (particularmente, los cuidados en situaciones de dependencia, tales como la infancia, la vejez y la diversidad funcional).

La mayor potencia de estas iniciativas es que tienden a:

- Desmercantilizar y hacer más colectivas las formas de satisfacer nuestras necesidades. Son apuestas que permiten o reclaman que el acceso al bienestar dependa menos de la capacidad de consumo individual en el mercado

- Ensayar nuevas formas de organización de los trabajos, redistribuyéndolos y valorándolos de maneras distintas a las habituales; probar nuevas formas de relación entre las personas que participan en los circuitos económicos, con mayor cercanía entre quienes producen y quienes consumen, modos de intercambio más horizontales y recíprocos…

- Entretejerse con medidas de políticas públicas, pero desbordando las políticas públicas.

- Salirse del radio de influencia y dominio del poder corporativo y, particularmente, de las grandes empresas.

- Relocalizarse y arraigarse en el territorio: son circuitos cortos y simplificados. Esto es importante por varios motivos: por sostenibilidad ambiental (reducir el consumo de materia y energía, ajustarse a los flujos materiales y energéticos realmente disponibles en un territorio, sin despojar a otros territorios y sin apoyarse en supuestas soluciones de la tecnociencia), por soberanía (solo desde la cercanía puede articularse una verdadera democracia), y por corresponsabilidad (solo desde la cercanía es posible construir un sentimiento de pertenencia a una comunidad y de responsabilidad por la vida compartida).

Cierre

Retomando el título de esta intervención, podemos resumir las ideas claves que hemos intentado transmitir en esos cuatro conceptos:

Decrecimiento: la necesidad de tomar un camino en ruptura directa con el sistema hegemónico, esa Cosa escandalosa. Ni Green (& Purple) New Deal, ni desarrollo sostenible, ni estado del bienestar. Hablamos de decrecimiento en cinco sentidos:

- El inevitable decrecimiento de la base material y energética, que debemos hacer con justicia global

- “Mejor con menos” (o “mejor diferente”): decrecer en consumo mercantil y en tiempo dedicado al trabajo asalariado. Pero, más allá, rompiendo con la noción de bienestar vinculada a la acumulación

- Ruptura de la ficción de la autosuficiencia que predomina en esta Cosa escandalosa. La vida es una realidad de vulnerabilidad, interdependencia y ecodependencia. Reconocerlo es imprescindible para poder construir vida en común.

- Contra la lógica de acumulación: quitar poder y recursos al capital, al poder corporativo. Ponerlos a circular en economías-otras que permitan materializar esa responsabilidad colectiva sobre el buen convivir, sacando esta responsabilidad de los hogares.

- Redistribución radical: inversa a como se produce de forma consustancial en esta Cosa escandalosa (acumulación a costa del despojo). Una redistribución multidimensional: de renta, de “trozo de planeta”, de trabajos (pagados y no pagados), de tiempos de vida, de tierra, de derechos (incluyendo la apertura de fronteras y la regularización incondicional de las personas migradas y refugiadas).

Ecofeminista: la imprescindible conjunción de miradas críticas para afrontar un momento de urgencia; particularmente, la conjunción de perspectivas que surgen desde la sostenibilidad de la vida. El mundo es muy complejo y nadie tiene La Verdad Única de lo que sucede y, mucho menos, La Solución. Debemos construir miradas compartidas sobre la base de la construcción del conflicto capital-vida como un problema común con afectaciones radicalmente desiguales. Necesitamos luchar por el valor de todas las vidas, en su diversidad, abordando las desigualdades que nos atraviesan.

Sostener: no se trata de sacrificar la vida hoy por una vida mejor futura, sino de luchar por la vida concreta desde ya. Esta perspectiva es clave para no caer en el desánimo frente al colapso y para evitar miradas catastrofistas. Necesitamos aprender de los feminismos de Abya Yala: “vivas nos queremos, vivas nos luchamos”.

El buen convivir: no tenemos “Un Modelo” alternativo (¡ni lo queremos ni lo necesitamos!), pero sí precisamos un horizonte de transición/utopía, que nos permita aglutinar fuerzas y abrir una doble transformación en los modos de sostener la vida y en los modos de entender la vida misma. ¿Podemos llamarlo buen convivir? En todo caso, el norte global necesitamos descentrarnos, mirarnos desde fuera de “la barriga del monstruo”.

 

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